Tenemos suerte de formar parte de un colegio con alumnado de 20 países, es como nuestra pequeña ONU. Así podemos, de modo natural, conocer y vivir de cerca otras maneras de pensar, de hablar, de comer, de vestir, otras músicas... incluso otros dioses en los que creer.
Es necesario que vivamos y crezcamos dándonos cuenta que ninguna cultura es superior a otra, a pesar de una cierta tendencia a pensar cada cual que "la suya" es la mejor. No, todas las culturas forman parte de un mosaico, todas tienen igual valor y en esta diversidad está la riqueza. Es lógico que nos sintamos mejor cada persona en la cultura que nos ha dado la identidad que tenemos, la que nos ha conformado; pero demostrará una gran ignorancia quien olvide que eso mismo siente cada cual en referencia a su medio cultural. Es por esto por lo que es fácil comprender el desarraigo y la ruptura que siente quien ha tenido que dejar su país, su gente, su idioma, etc. y lanzarse al vacío de empezar de cero en circunstancias con frecuencia difíciles, e intentar construir una nueva identidad en una cultura ajena, para hacerla propia poco a poco, sin perderse en este proceso, sin romperse por dentro.
Hemos querido dedicar el mes de diciembre a esta causa, porque el fin de año nos lleva a la nostalgia, a echar de menos los afectos lejanos. Nada mejor que una poesía para expresar los sentimientos. Fue escrita por Mía Couto, poeta de Mozambique, en 1954. Hoy sigue estando vigente su contenido. Dice así:
El país que tenían les obligó a partir,
donde quiera que van
llevan su tierra en el corazón.
Su mirada refleja el dolor de todas las despedidas,
como si desembarcasen de sus propias vidas.
Su nostalgia nace de estar lejos de sí mismos.
Ninguna tierra les es ajena
porque ven en ella a la otra, la que aman,
la que quedó al otro lado del mar.
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